Ópera

Miryam Singer: “El derecho a la cultura es lo mismo que el derecho a respirar” | Desde la galería

La pandemia sorprendió a la cantante y directora de ópera Miryam Singer. Su nieta recién nacida y ser la ganadora del Premio Nacional de Artes Musicales dieron nuevos aires a este agitado 2020. En esta entrevista, la arquitecto, soprano y actual directora de Artes y Cultura de la Universidad Católica, repasa algunos hitos de su carrera y alza la voz respecto de los desafíos que enfrenta la cultura en nuestro país.


Por M. Angélica Navarro O.

Contra todo pronóstico, los días pandémicos de Miryam Singer tomaron un giro inesperado en septiembre de este año. Su rutina de trabajo virtual –es directora de Artes y Cultura UC– tomó nuevos bríos con la visita de su nieta recién nacida. Y el 6 de septiembre, un llamado de la Ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, la sorprendió con la noticia de que era la ganadora del Premio Nacional de Artes Musicales. La sorprendió porque, como cuenta la artista, su postulación fue “un gesto político, porque tenía que haber mujeres, entonces no me imaginé esto”.

Lo cierto, es que a Miryam Singer le sobran pergaminos. Arquitecta de profesión, soprano de gran trayectoria en escenarios de Chile y el mundo, prolífica directora de escena y académica, ha consagrado su vida profesional a la ópera desde diferentes veredas. “Ver la emoción en sus palabras y escuchar su mirada sobre el rol de las mujeres y de los trabajadores y trabajadoras de la ópera en general nos demuestra que la elección de Miryam Singer es la correcta, no solo por su extraordinaria trayectoria como soprano y académica, sino también por su compromiso con la formación de talentos musicales, con sus alumnos, y por su gran experiencia como gestora cultural”, comentó la ministra Valdés ese día.

Comenzando lo que ella llama la “tercera juventud”, en esta entrevista repasa algunos hitos de carrera y alza la voz respecto de los desafíos que enfrenta la cultura en nuestro país.

¿Cómo fue el día que ganaste el Premio Nacional de Artes Musicales 2020?

Fue inolvidable porque, por suerte, esa semana mi hija y su familia se habían hecho el PCR para venir a visitarnos y estaban con nosotros pasando unos días. Estaba trabajando con mi nieta Amelia en brazos –que en ese momento tenía semanas de vida– y me llamó la secretaria de la Ministra [Consuelo Valdés]. ¡Qué preocupación! Yo había mandado una carta –muy respetuosa pero bastante firme– haciendo un reclamo porque la Ley de Artes Escénicas, si bien se incluye la ópera, no permite postular a fondos si resides en la Región Metropolitana, lo que me parece una discriminación geográfica fuera de todo lugar y, además, poco realista.

Entonces dije: “¡Me está llamando la Ministra para contestar la carta!”, pero me dice que tenía una noticia muy bonita. Y se me paralizó el corazón, no podía respirar. Siempre vi mi postulación como un saludo a la bandera. Sí estuve de acuerdo en que me postularan, pero como un gesto político, porque tenía que haber mujeres, entonces no me imaginé esto.

¿Qué responsabilidades sientes que acompañan a este premio?

Esa es una muy interesante pregunta, porque tengo 65 años y este galardón me ha llegado en una edad que yo llamo la tercera juventud, en el sentido de que tengo todas las fuerzas intelectuales y físicas. Creo que ahora están haciendo eclosión las flechas que tiré hace 20 años y creo que mi principal preocupación debiera ser la educación. Me he dedicado a la ópera durante los últimos 30 años y espero que la educación de los niños en la música sea mi próximo vector. Me gustaría muchísimo que todos los niños de Chile pudiesen cantar una ópera, que puedan subir a un escenario vestidos, maquillados y peinados para cantar con sus colegas adultos La flauta mágica de Mozart.

¿Hay algún proyecto concreto que te gustaría realizar?

Hice esta experiencia casi 15 años, con Eduardo Browne [director de orquesta], en siete colegios de la Región Metropolitana y la Quinta Región. Durante tres meses, un grupo de niños –normalmente del coro del colegio– preparaban los números de coro que tiene La flauta mágica, en alemán, pero en una versión reducida que pudiera ser coherente y soportable para niños. Durante ese tiempo, yo iba dos o tres veces a trabajar la parte actoral.

El día de la función, llegábamos con el escenario, las luces, el vestuario y todo lo demás. Los solistas eran de mi taller de ópera de la Universidad Católica y en un día nos instalábamos con el escenario, en el patio del colegio o en un gimnasio. A los niños les dábamos una charla, los vestíamos y maquillábamos y se subían al escenario a cantar la ópera.

Este año quiero extenderlo mucho más y para ello ya estoy hablando con fundaciones y sostenedores. Hace 15 años era todo más rústico, pero hoy hay muchísimos colegios con orquesta, además de coros. Entonces además de solistas, voy a llevar un conjunto de cámara de ocho estudiantes de música para que toquen con la orquesta del colegio.

Dices estar viviendo tu tercera juventud. ¿Cuál fue la primera? ¿Cómo fueron tus comienzos en la ópera?

Vengo de una familia de fuerte contenido cultural. En mi casa había un piano de cola y mi madre –Dolores– lo tocaba. A mi papá, Fred, le gustaba cantar. Él era un judío que nació en Berlín y que logró salir de las garras de los nazis el año ’39 y trajo consigo el amor por las letras y por la música.

Eso sí, el lugar donde nací –el desierto de Atacama– era escaso de recursos culturales, pero de alguna manera, se ordenaron los astros para que yo tuviera contacto con el arte desde pequeña. Mi primer experiencia artística fue a los 8 años, cuando fui la Caperucita Roja en una puesta en escena en el Estadio Municipal de Vallenar. Eran centenares de niños que participábamos en ese espectáculo y recuerdo la sensación tan cálida que me transmitía el orgullo de mi padre al ver que su hija era elegida para el protagónico.

Festival de la Canción de Vallenar, 1971

Luego, a los 19 años me fui a Israel. Empecé a ir a conciertos y a tener un contacto directo con el arte. Estudié arquitectura y, además, a los 24 años entré al conservatorio. Lo ideal es que los niños entren a los 18 años al conservatorio o a la escuela de música y que a los 24 años están más que formados. Yo recién a los 24 años abrí la boca, entonces no soy ejemplo. Cuando empecé a cantar ópera fue como lo que me pasó con el premio: más que correr detrás de objetivos, las cosas me pasaron.

Me recibí de arquitecto y me fui con mi marido porque iba a hacer su magíster, entonces abandoné los estudios formales de música. Cuando volví, ya era una mujer con dos hijas, entonces seguí estudiando con Clara Oyuela.

¿Cuál fue tu primera experiencia en el escenario como cantante?

Fue el Réquiem de Mozart en el Teatro Municipal de Santiago. Un día, tiene que haber sido en diciembre de 1984, Clara Oyuela me dijo: “La próxima semana vas a audicionar para Juan Pablo Izquierdo”. Y yo dije: ¿audicionar? ¿Y eso qué es? Bueno, a la semana siguiente llegué a la clase como siempre, vestida con jeans y una camiseta, y la Clara me dice: “Hora de que te vayas a audicionar, baja”. Bajo al escenario y estaban todas las demás cantantes vestidas de gala. Y yo dije: “Pero qué cosa tan inapropiada como estoy vestida, que vergüenza”. Me sentí absolutamente fuera de lugar, no sabía qué hacer, quería arrancarme y me dicen: “Al escenario”.

Canté, probablemente algún aria de Despina [Così fan tutte]. Juan Pablo audicionaba por cuartetos, entonces nos escuchó unas dos o tres veces y finalmente decidió el cuarteto que haría el Réquiem. Yo fui una de las elegidas. El concierto fue, seguramente, en la Semana Santa de 1985, justo para la reapertura del teatro después del terremoto de marzo de ese año.

Desde entonces, canté con todas las orquestas que había en aquellos tiempos, pero siempre he dicho que tuve dos casas artísticas, donde hice el grueso de mi carrera: uno es el Teatro Municipal de Santiago y el otro es el Teatro de la Universidad de Chile.

Hiciste carrera como cantante y luego como directora de escena. ¿Cuáles han sido los hitos más importantes de esa segunda etapa?

Un Cosí fan tutte del año 1994. Eduardo Browne me invitó a participar en una ópera para los conciertos de mediodía del Teatro Municipal, en el rol de Fiordiligi. Cuando le pregunté quién se encargaría de la régie, me dijo que tenía que buscar a la persona y me nombró a todos los directores que había en ese momento, personas muy importantes. Y yo le dije: ¿Tú apostarías por mí, dejarías que yo lo hiciera? Y así fue como me hice cargo de la dirección de escena de Così fan tutte, con una propuesta experimental.

En esa función hice las dos cosas, canté Fiordiligi e hice la régie. Ese fue el punto en que descubrí que la dirección de escena era lo mío porque cuando uno canta, sólo se canta, pero cuando uno dirige, uno crea.

Otro punto importantísimo fue en 2011, cuando hice Der Kaiser von Atlantis (El emperador de la Atlántida) de Viktor Ullmann, una ópera que se escribió en un campo de concentración y que alcanzó a ensayarse una vez porque los nazis la prohibieron. En los campos de concentración todo se montaba muy rápido porque la gente iba rotando y la mandaban a los campos de exterminio. De hecho, de las personas que estaban haciendo esta ópera, sólo sobrevivió una. Montar esta ópera fue una forma de honrar a mis parientes, a quienes fueron convertidos en polvo y humo en Auschwitz y otros campos de concentración.

Fue una producción totalmente experimental: puse el escenario en el centro de la cancha del salón Fresno, los cantantes estaban en pequeños escenarios en las cuatro esquinas y también había un escenario colgante. El público estaba parado y caminaba entre medio de los escenarios. Mucho tiempo después la gente todavía se acercaba y me decía el impacto que había tenido esa experiencia artística.

Otro hito fue La flauta mágica que puse en el Teatro Municipal de Santiago; estoy muy orgullosa de ella. Recuerdo con especial cariño la confección de la escenografía, con el dragón y la luna de la Reina, los niñitos que salían de los huevitos y Pamina que dormía en una cama de flores. Trabajar con todo el equipo técnico fue muy lindo; también con los artistas.

Me acuerdo que le dije al Papageno [Adam Cioffari], que era un hombre alto, que quería que entrara al escenario con el paso que uno hace cuando canta La niña María. Yo pensaba que todo el mundo sabía hacer ese pasito y él me dijo: “Pero yo no sé hacer eso”, pero se empeñó en dominar su cuerpo y todos los días me decía: “¿Te parece bien?” O Joel Prieto, el tenor que hacía de Tamino, tenía el pelo largo y ese corte no era de príncipe. “¿Quieres que yo me corte el pelo? No, no voy a poner mi cabeza en las manos de un peluquero”, me dijo. Entonces le dije: “¿Y la pondrías en mis manos?” Y yo le corté el pelo, lentamente, y finalmente negociamos el largo que a él le gustó y a mí también.

Escenas de La flauta mágica en el Teatro Municipal de Santiago

Llevas más de tres décadas dedicada a la ópera. ¿Cuál es tu diagnóstico respecto de la situación de la cultura en Chile en la actualidad?

Yo llegué al Teatro Municipal en el año ’84 y hacía muy poquito tiempo, dos o tres años antes, se había creado el Coro profesional y los talleres de realización. En la década del ’80, el Teatro se convirtió en la fuente que irradió al resto del país, pero desde ese momento hasta ahora, no ha habido ninguna otra instancia en la cual el país haya recogido toda esa experiencia para ponerla en otro teatro.

Creo que falta crear otro polo, otro foco de desarrollo cultural; no tiene que ser necesariamente el mismo modelo del Teatro Municipal, puede ser otro, uno mixto o misceláneo. Concepción podría servir a todo el sector que hay desde el sur del Río Maule hasta el Polo Sur y lo mismo Antofagasta, pudiendo servir a todo el sector desde Copiapó hacia el norte. Es la única manera de descentralizar fuertemente la cultura de tradición escrita.

Somos un país de casi 20 millones de habitantes, con una situación económica mucho más estable que la de los países vecinos, pero con muchos menos recursos destinados a estas artes. Y esos recursos tienen que venir obviamente del mayor, de la caja grande. Yo supongo que vamos a ver cambios, espero que sean cambios para la cultura, las artes y en particular la ópera.

La ópera es un objeto de alta sofisticación, en el sentido de que requiere de muchísima experticia, de cantante, músicos y artistas con gran preparación. No sofisticada para el público. Yo creo que el hecho de que haya personas que digan “esto no es para mí” es simplemente porque hay muy poco. Porque si a ti te tocan todos los días la Novena Sinfonía de Beethoven te puedo asegurar que vas a terminar amándola y también si te tocan todos los días “Nessun Dorma” de Turandot, “Va pensiero” de Nabucco o “Come Scoglio” de Così fan tutte vas a terminar amándolos. Para que la gente las ame necesita familiarizarse y para eso necesita frecuencia en su exposición. La música popular lo es porque se escucha a cada rato y en todas partes. Su formato no es menos sofisticado, sólo que es más breve y fácil de aprender, como como un lied de Schubert, que es el papá o el abuelo de la música popular.

¿Quiénes son los actores fundamentales que tienen en sus manos el poder de asentar el medio cultural?

Primero que nada, es la supraestructura política. En este momento hay un Ministerio de las Culturas, están los instrumentos para distribuir fondos, está en la Constitución ahora y seguramente estará con más fuerza en la próxima, como marco teórico para que ocurran cosas. El problema más grande es que los políticos, los que toman la decisión acerca del presupuesto de la nación, no han alcanzado a percibir el tremendo beneficio de este tipo de género artístico, no han alcanzado a darse cuenta de la inmensa cantidad de servicios que se ponen en acción en una ópera.

Cuando yo muestro las escenas de los niños cantando La flauta mágica, creo que hay muy poca gente que se resiste ante la posibilidad de lograr algo así. Entonces partiría por ir a visitar a los políticos y le diría: “Mire, para lograr que esa niña cante Pamina, que la maquille su mamá, que aprenda a trabajar colaborativamente y todos los otros beneficios que esto trae; para que eso exista, se necesita girar la mirada”. Si hace 20 años el país se propuso desarrollar su industria del cine y hoy tenemos tres Óscar en la casa, fue porque el fisco puso muchos recursos en el cine para desarrollar una industria. Bueno, esta otra industria no solamente desarrolla a aquéllos que están haciéndola sino que desarrolla a la educación, le entrega diversidad porque no van a estar solamente pegados a la pantalla.

Si, tal como has hecho con niños, pudieras invitar a políticos a ser parte de un elenco de La flauta mágica, ¿a quiénes invitarías a vivir esa experiencia?

Los pondría a todos. Haría 27 Flautas mágicas para que todos pudieran cantar. Yo soy maestra y al elegir traicionaría el principio de equidad que debe tener una maestra.

¿Qué derechos crees que debiesen consagrarse en la nuevo Constitución, tanto para la ciudadanía como para los artistas?

El derecho a la cultura es lo mismo que decirte el derecho a respirar. Todos tenemos una cultura; al mismo tiempo que respiramos, todos adherimos a paradigmas culturales y todos tenemos derechos a adherir a esos paradigmas culturas. Luego, todos tenemos derecho a nutrirnos culturalmente y una Constitución tiene que constituir el espacio de encuentro de toda la comunidad por divergente que sea. Entonces el derecho a operar en su cultura es obvio y el derecho a nutrirse también es obvio. Todo lo demás, hay que negociarlo.


CUESTIONARIO DESDE LA GALERÍA

Una persona que admiro: Hay centenas personas que admiro en diferentes ámbitos de lo artístico, lo público, lo profesional, lo intelectual, lo social; creo que parte de cómo se define nuestra identidad es precisamente el concierto de personas que nos inspiran, que nos marcan una senda a seguir. Mientras más personas conforman ese abanico, más rica es nuestra experiencia de vida. Dicho lo anterior, mis heroínas más importantes son las mujeres de mi familia.

Mi obra de cabecera: Las enciclopedias. Por años de años, la Enciclopedia Británica era mi acompañante seguro en la vida. Desde que llegó la Wikipedia, la vida se puso incluso mejor. Es fascinante navegar por la totalidad del conocimiento humano, a cualquier hora del día o de la noche, sin restricciones de ningún tipo, porque todo está ahí. Cualquier texto de ensayo o ficción me genera, en una sola página, decenas de interrogantes; inmediatamente consulto la Wikipedia y la lectura inicial se vuelve más amplia, volumétrica. ¡Amo leer en compañía de una enciclopedia! Para asuntos más disciplinares está Google Scholar, pero para la lectura inmediata la Wiki es maravillosa.

Mi leitmotiv: Todo tiempo futuro será mejor.

Mi escenario ideal: Aunque parezca muy autorreferente, el mejor escenario es el que creo yo misma para mis producciones. En este momento, en la Universidad Católica, estoy haciendo una ópera toda filmada y dirigida por zoom. Es un proyecto que propone una solución innovadora a la pandemia, una propuesta experimental que lanzaremos por YouTube en diciembre. Estamos demostrando que puede haber otra manera de hacer ópera, en un escenario virtual.

Un secreto de tu ciudad: Los rincones de Santiago Poniente que aún conservan vestigios de una ciudad amable, hecha a la escala de sus habitantes, cuando la calle era un espacio comunitario que merecía la atención de propietarios, arquitectos y artesanos, y se adornaba con las mejores galas que la arquitectura podía imaginar.

En mi pantalla: La estupenda producción artística que se está desarrollando en pandemia: coros, orquestas, solistas, ballets, obras de teatro, museos; todos reinventándose, sacando fuerzas de flaqueza para enfrentar lo que nos ha tocado vivir. ¡La creatividad y la resiliencia de los artistas es maravillosa!

En papel: Sapiens, del historiador israelí Yuval Noah Harari. Me cambió la vida.

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