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Christine Hucke: Ópera, Breaking Bad y El Padrino | Desde la galería

Viento blanco, la ópera de Sebastián Errázuriz sobre la tragedia de Antuco, fue su primera experiencia en el Teatro Municipal de Santiago. Casi 20 años después, Christine Hucke  cuenta su experiencia como directora artística en La Compuerta N°12, ópera de Miguel Farías creada en pandemia, que la llevó a la innovación y a asumir el desafío de crear una producción audiovisual. De eso y del futuro del canto lírico habla Desde la galería.


Por M. Angélica Navarro O.

“Era la misma sensación de cuando te pedían pololeo. Sentí que iba a explotar de felicidad”. Así recuerda Christine Hucke el momento en que el director de escena nacional Rodrigo Claro la invitó a ser su asistente para el estreno mundial de la ópera Viento blanco, en el Teatro Municipal de Santiago. Por entonces, era una veinteañera que recién había descubierto –o , en sus palabras, se había enamorado de– la ópera y había decretado que a eso quería dedicarse. “Yo decía ‘qué maravilloso, voy a entrar en algo tan desconocido, pero que me llama tanto la atención’. Andaba con maripositas en la guata todo el tiempo y fue algo precioso”, rememora.

Christine Hucke

Nacida en Viña del Mar, la bailarina, actriz y directora de escena chilena tuvo su primer encuentro con el género lírico en el festival Ópera en el Mar, que se hacía en Valparaíso. Luego vino Viento blanco y una etapa de aprendizaje en el Municipal, de la mano del equipo del Teatro y de regisseurs como Marcelo Lombardero y Emilio Sagi. Su primer proyecto como directora de escena fue El barbero de Sevilla en el Teatro Regional de Rancagua y luego se sucedieron montajes en Italia, el Teatro Municipal de Santiago, el Teatro Biobío y Kazajistán, además de asistencias en el Teatro alla Scala de Milán, el Teatro Comunale de Boloña y el Festival de Aix-En-Provence.

La compuerta nº12, ópera de Miguel Farías basada en un cuento de Baldomero Lillo, fue su último proyecto, que tuvo el desafío de crear audiovisualmente en lugar montarla sobre un escenario. La ópera digital, producida por el Centro de Innovación y Experimentación Artística (CEIA) y estrenada por Municipal Delivery en enero pasado, conjugó su amor por la ópera, la inclusión de temas sociales y el desafío de conquistar a las nuevas generaciones de nativos digitales.

Tuviste la oportunidad de innovar en la forma de hacer ópera. ¿Qué conclusiones sacas luego de esta experiencia?

Me gustaría tener ya entre manos un próximo proyecto para mejorar lo que hicimos. Después de esta experiencia, me cambió la cabeza. Si volvemos a hacer un proyecto en vivo, sin duda va a tener una conexión con esta experiencia. En todo ámbito de cosas, debemos comenzar a pensar en modelos híbridos para trabajar de ahora en adelante: el vivo –que es único, irrepetible y muy diferente a lo que nosotros hicimos–, pero definitivamente creo quiero mantener este nuevo lenguaje porque el público, las nuevas generaciones, lo tienen sumamente a la mano.

Los jóvenes de ahora son nativos digitales. En ese sentido, ¿cómo te sumergiste en el mundo digital, para contar esta historia con un nuevo lenguaje y en un soporte diferente?

El trabajo creativo de La compuerta nº12 lo hicimos en compañía de jóvenes, de adolescentes. Fue mientras desarrollábamos Ópera Lab –un proyecto de CEIA, Ópera Latinoamérica y Fundación Mustakis– en que alumnos de diferentes colegios tenían que hacer una versión del cuento de Baldomero Lillo. Nosotros les hicimos talleres experimentales para contarles nuestra experiencia y transmitirles que la ópera es una obra en la que todo puede ocurrir. El estar en constante comunicación o ligada con chicos de 15 a 17 años, que están absolutamente sumergidos en el lenguaje audiovisual, para mí fue una conexión.

En ese proceso descubrí que los jóvenes están súper conectados con la emoción. Yo tenía el prejuicio de que esta era una generación que quiere todo rápido, sin profundizar demasiado, pero de verdad buscan conexiones con lo social, les interesa hablar de cosas súper profundas, cosas que uno diría que son temas de adultos. Entonces no podemos perder la oportunidad de enganchar con los jóvenes.

Por otro lado, además de encontrar un lenguaje digital, yo tenía el desafío de encontrar una conexión emocional con el público, que fuera rápida y dinámica, sobre todo porque los jóvenes no están ni 5 minutos mirando. O sea, yo misma, que no tengo 15 años [ríe], cuando veo Instagram, por ejemplo, paso rápido. Tiene que haber algo que te atrape inmediatamente para que te den ganas de seguir viéndolo. A estos chicos estábamos planteándoles que la ópera era algo que podía estar a la mano, que no era lejano, entonces busqué un tipo de lenguaje similar a lo que ellos ven.

¿Cuáles fueron tus referentes para construir el relato?

Desde un inicio, pensé en hacerlo como una serie porque La compuerta nº12 es el primer cuento que hicimos de Baldomero Lillo y la idea es hacer por lo menos tres. Sabía que no quería hacer nada con Zoom ni grabaciones de las casas.

Me inspiré mucho en Netflix. En la pandemia me vi todas las series, como todo el mundo. Me fijé en las formas de contar, en que el espacio hablara del personaje o en los quiebres dentro de las historia. Saqué pedacitos de varias series, por ejemplo, de La casa de papel rescaté esta suerte de monólogo, el que hubiera un personaje que hable de sí mismo y que cuente su historia. También vi Breaking Bad porque nosotros teníamos un personaje y teníamos que encontrarle un contexto para que fuera interesante. La última escena de El padrino también aparece en La compuerta nº12, donde Pablo sale gritando. No se escucha que grita, pero sí se ve. Eso vino de El Padrino.

Nunca pensé contar La compuerta nº12 de forma histórica sino que necesitaba contar, o al menos transmitir, el horror que había vivido ese hombre cuando niño y cómo eso repercutió en su vida de adulto. Es algo que nos puede tocar a todos. En todos mis proyectos, siempre busco contingencia porque de esa manera creo que uno puede enganchar.

A propósito de la continencia, ¿qué rol debe o puede tener la ópera, o el arte en general, en el contexto que estamos viviendo, de pandemia, crisis social y cambios políticos?

Como históricamente ha ocurrido, el arte tiene que ser un reflejo de la sociedad, más allá de cómo se aborde. Si bien ofrece instancias de regocijo o de elevarse a lo sublimo, es un lenguaje y una forma de comunicación súper potente para que el ser humano pueda tener un punto de vista. La belleza hay que resaltarla –la música, por ejemplo–, pero siempre uno tiene que dejar un tema de conversación. Cuando vas al teatro, ves una película, vas al museo o a cualquier manifestación artística, siempre te deja algo, una percepción, un sentimiento. Nadie sale indiferente de una expresión artística. 

Los artistas siempre hemos sido comunicadores y uno tiene que hacerse cargo de lo que quieres presentar, porque quien lo vea va a llevárselo como tema de conversación. Y me parece que es sumamente importante para que la sociedad tenga un pensamiento crítico, que las personas tengan una opinión. El arte te estimula para poder opinar, para sacar tus propias conclusiones.

¿Cuáles son las conversaciones que a ti te gustaría instalar?

En general, me interesan los temas sociales, aquello que uno no quiere ver. Por ejemplo, en La compuerta nº12 me interesaba que pudiéramos pensar en cómo están los niños en el mundo, en cómo están creciendo y en cuán importante es que sean niños sanos para que puedan ser adultos sanos. Y así un montón de cosas. 

Muchas veces uno sale del teatro incómodo, pero eso significa que algo pasó contigo y que tienes que conversar un tema o que te tienes que desarrollar en un tema. ¿Por qué no estoy cómodo? ¿Qué pasó acá? Yo soy de la idea de que cuando uno ve las cosas, uno puede hacer algo por ello. Quizás no vamos a cambiar el mundo, pero sí podemos, de a poco, ir puntualizando situaciones que no están bien y que tenemos que mejorar como sociedad.

¿Cómo logras eso en la ópera si, en la mayoría de los casos, trabajas con repertorio escrito hace siglos? 

Si uno analiza las temáticas de las ópera, en general, son temáticas del ser humano. Puede ser muy obvio, pero la verdad es que nosotros como seres humanos no cambiamos mucho: las sensaciones y sentimientos siguen siendo más o menos los mismos. Hay historias más históricas o específicas, pero siempre sale a la luz la conexión con lo actual. 

Y lo que somos hoy también es fruto de lo que otros fueron en el pasado.

Claro. El teatro es el primer lenguaje universal: toda la vida se contaron historias o se comunicaron cosas a través del teatro. Ópera en italiano significa obra. Lo que pasa es que se le asignó al género lírico, pero si uno lo mira como una obra, es un género teatral nacido en el siglo XVI y que sigue vigente. He hecho varios experimentos con Juan Pablo [Dupré, tenor y marido de Christine], en Chile, Alemania e Italia, de llevar ópera a la calle. Y algo pasa con la voz cantada que la gente conecta. Llama mucho la atención de las personas, de los niños, y vienen reacciones muy primitivas de gritar o de aplaudir.

La ópera es un lenguaje sumamente conector de emociones, como la música, pero de verdad que con la voz humana todos –niños, grandes, viejos– se paran y quedan sumamente conmocionados con lo que pasa. Por eso, los que trabajamos en la ópera tenemos la obligación de compartirlo porque no podemos ser tan egoístas de tenerlo para nosotros solamente. Necesitamos que la gente lo pueda disfrutar tanto como nosotros porque es un vector de emociones potentísimo. 

Y, por lo mismo, es muy universal.

Exacto. Y con la ópera creo que estamos al debe. Tenemos que buscar la manera de que la gente no lo vea como algo totalmente lejano, solamente para gente entendida. Yo he ido a ver espectáculos que me han encantado y otros que me han cargado y lo mismo con la ópera: algunas me fascinan y otras no me gustan. A mí me pasó con Viento blanco: cuando entré a la ópera, también la veía como de personas mayores, pero vi que había gente joven que cantaba. Y en verdad hay una gran cantidad de gente joven, cantantes, diseñadores, regisseurs fantásticos, que están trabajando ahora, un mundo creativo súper joven que le interesa la ópera. Pero están como tapados y eso no puede ser porque la ópera es un lenguaje que puede gustarle a todo el mundo, a jóvenes y a viejos. Es transversal.

Christine Hucke junto a Rodrigo Claro en Viento blanco

Luego de un año con tantos cambios, ¿cómo imaginas la ópera y los vínculos con los públicos en los próximos años?

Yo creo que cuando podamos volver a los teatros vamos a estar totalmente reseteados. Si siempre hemos valorado estar sobre un escenario, lo vamos a valorar 100 mil veces más. Y lo otro es que, sin duda, experiencias como la de La compuerta nº 12 demostraron que se pueden hacer muchas cosas para poder ser un mejor puente entre la ópera y el público actual. 

Se pueden buscar herramientas sumamente interesantes, sin perder la esencia. Se pueden hacer trabajos híbridos, salir a la calle y traer al público al teatro. Si en un principio, hace bastante años atrás, pensé haber encontrado todas las posibilidades artísticas en la ópera, siento que hoy se incluyó en mi switch un lenguaje más, que tiene que ver con la era digital y que hay que incorporar en algún montaje. Es un aliado maravilloso que puede, sin duda alguna, ser un puente para hacer que se transite fácilmente hacia el mundo de la ópera.

Si hacemos La compuerta nº12 en vivo va a tener una mezcla de lenguajes absoluto, tanto en cómo haremos que el público escuche la música como en la forma en que el público la va a estar mirando. Lo híbrido no tiene solamente que ver con mostrarlo a través de un medio audiovisual sino también cómo muestro el espectáculo al mismo tiempo en vivo y vía streaming, con experiencias específicas para cada una.


CUESTIONARIO DESDE LA GALERÍA

Un recuerdo de infancia: Cuando mi abuela, la Mumi, quien me acompañó en toda mi vida en la danza, me regaló mis primeras zapatillas de ballet. Tenía 4 años y vivíamos en un pasaje de 9 Norte en Viña del Mar y con ternura recuerdo que, sin ser yo una niña necesariamente extrovertida, me las puse y me fui a tocarle la puerta a todos mis vecinos y cuando abrían, me ponía a bailar frente a ellos… Ahí entendí que el arte sería mi forma de comunicarme con el mundo.

Tu primer amor artístico: mi primer amor artístico sin duda fue la danza, pero si es representado en un artista, fue Luis Ortigoza (que plancha, ahora lo va a saber, jajaja). Yo debo haber tenido unos 10 años cuando en una oportunidad el Ballet de Santiago fue a Viña con el ballet Romeo y Julieta y a mi junto a compañeras del Conservatorio (Isidor Handler de Viña del Mar), nos tomaron como comparsas para que participáramos en ese ballet. Yo alucinaba con poder estar inmersa en esos ensayos y en donde Luis era Romeo, a quien yo miraba tras bambalinas deleitándome con su técnica e interpretación deslumbrantes. Bueno, el tema fue que mis roles dentro de ese ballet fueron el de “carta”, “árbol”, “campesina” y “Vela” y este último rol me lleva a recordar una anécdota muy especial. Recuerdo que en el III acto, cuando velaban a Julieta, teníamos que pasar sigilosamente sobre un puente vestidas con grandes capas y llevando unas velas en las manos. El punto fue que justo cuando tenía que entrar a escena, se me perdió la vela con la cual tenía que ingresar y en mi búsqueda desesperada, de pronto siento que alguien me toca el hombro, me giro para ver quién era quien interrumpía mi búsqueda y me encuentro nada menos que con Luis Ortigoza diciéndome “¿esta es tuya?”, mostrándome la vela que se me había perdido… Creo que “volé” en vez de caminar sobre ese puente.

Una persona que admiras: Mi Tata, Don Gerardo Cisternas Flores, un hombre admirable en todo sentido. De él aprendí y sigo aprendiendo muchas cosas de la vida, como por ejemplo la lealtad, el altruismo, la responsabilidad y la incondicionalidad con los que ama. Y así, podría seguir con una extensa lista que no cabe en solo unas líneas para representar a quien a sus 87 años, solo algo tan extremo como una pandemia, lograría hacerle decidir dejar de trabajar (físicamente) en su carnicería. Lo admiro y amo profundamente. 

Tu leitmotiv: “Por qué hacer las cosas mal si se pueden hacer bien”.

Tu escenario ideal: Todos. 

Un secreto de tu ciudad: En Santiago, el bar Don Rodrigo (Hotel Foresta), frente al cerro Santa Lucía. Tengo los mejores recuerdos de grandes jornadas con amigos, luego de los ensayos en el teatro, de las funciones y todo lo que significa celebrar lo cotidiano. Recuerdo especialmente cuando, ya hace unos años, en medio de las conversaciones que comenzaban con un schop y papas fritas al menos las mías, su pianista ponía la partitura y no paraba hasta terminar su cometido… Cuando pase la pandemia espero poder volver.

En Viña del Mar, un café, Café y Tabaco, que queda en la galería Fontana en la calle Valparaíso. Ahí iba a estudiar o a escribir cuando necesitaba tomarme un café conmigo misma, el que hacía durar horas para poder quédame más tiempo en ese lugar. Hace algunos días pasé por ahí y aún sigue funcionando… Me trajo hermosos y nostálgicos recuerdos de grandes reflexiones de mi vida.

En tu pantalla: Aún tengo La compuerta nº12, impulsora de gran aprendizaje y motivación del 2020 dentro de esta pandemia.

En papel: Literatura latinoamericana, mucho realismo mágico.

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