Ballet, Música, Ópera

Amanda Céspedes: El papel del arte es humanizar | Desde la Galería

Neuropsiquiatra infanto-juvenil y amante de la música clásica. Bach, Chopin y Satie resuenan en su día a día mientras trabaja para mejorar la educación de Chile. Mientras terminan las vacaciones de invierno y se acerca el Día del Niño, Amanda Céspedes comparte sus reflexiones acerca de qué manera influye el arte en el desarrollo de los más pequeños. Desde qué edad deben tener sus primeros acercamientos a la música, cómo reacciona el cerebro ante este estímulo, y cómo es posible lograr esto en una época donde las pantallas y los videojuegos reinan, son algunas de las temáticas que aborda Desde la galería.


Por Carolina Jerez Herrera

Redes sociales, películas, series, videojuegos, tutoriales y videollamadas. Casi sin darnos cuenta, las pantallas pasaron a ser parte de nuestro día a día y la pandemia incrementó esto por necesidad. Si contáramos las horas que pasamos frente a estos estímulos probablemente nos sorprenderíamos. Pero no solo los adultos viven esta realidad. Los niños y niñas no están ajenos a esta revolución virtual y su crecimiento en paralelo a lo digital ya está generando cambios en nuestra sociedad. En este escenario, el arte puede ser un chaleco salvavidas.

Amanda Céspedes es médico y desde hace más de tres décadas que investiga el cerebro humano, especialmente el de los niños y niñas. Fue nominada por El Mercurio como una de las 100 mujeres destacadas de la década 2000-2012, y en 2015 fue nominada al Premio Nacional de Educación. Creó su propia fundación, la Fundación Educacional Amanda, que busca contribuir al bienestar y la felicidad integral de niños y adolescentes, promoviendo un cambio de mirada en las personas que participan en la crianza y educación. 

Amanda Céspedes, neuropsiquiatra infanto-juvenil.

 

¿En qué momento llegó la educación a tu vida?

Hay dos momentos que están muy ligados. El primero es en mi infancia. Mi hermana gemela y yo no crecimos con nuestros padres, sino en la casa de mi abuela paterna que tenía varias hijas, de las cuales algunas de ellas eran profesoras normalistas. Nos criamos con estas tías, de manera que desde que tenemos conciencia que nuestra vida estuvo ligada a las aulas, a lo que era preparar clases, a hablar mucho de educación. Además, una de ellas era activista en el área de la educación, en un momento en que estaba muy álgida la situación, terminando la primera mitad del siglo XX. Entonces, iban personeros del Ministerio de Educación a la casa y se conversaba. Indudablemente eso ocurría en un momento de nuestra vida en que éramos un terreno fértil para escuchar, para inquietarnos. Yo diría que ese es el primer momento. Y el segundo momento es cuando me invitan a formar parte del Directorio de un colegio que se formaba recién y que quería tener un modelo nuevo de educación, y que quería tener una inspiración en neurociencias. Como yo trabajaba en ese momento en el modelo de neurociencias aplicadas a la salud mental de los niños, me motivó mucho. Estuve seis años trabajando en este colegio. El proyecto inicial fracasó por diversas razones, pero aprendí muchísimo. Diría que ese fue el momento fundamental para que yo realmente sintiera que la educación era lo mío y que desde mi profesión, desde toda la formación que yo tenía y que había empezado muy tempranamente de investigación en neurociencias, calzaba de manera perfecta con cambios que a mí me interesaba mucho empezar a ver en educación.

¿En ese segundo momento fue cuando conectaste la neurociencia con la educación?

Exactamente. Yo hasta ese momento trabajaba en clínica, atendía niños y estaba trabajando fuerte en el ámbito de los trastornos del espectro autista. Pero ya me empezaba a interesar muchísimo el trastorno por déficit atencional, que está ligado estrechamente a la educación porque son niños que tienen dificultades conductuales en el aula, dificultades de aprendizaje. Entonces, yo ya estaba muy metida en el ámbito de la educación y esta incorporación al Directorio en el colegio me dio el impulso y no paré más, hasta cerrar con la creación de la Fundación Educacional Amanda. Yo diría que es como la culminación de mi trabajo, estoy prácticamente un 85% dedicada a la educación y me encanta.

Amanda Céspedes exponiendo. Foto: Fundación Educacional Amanda.

¿Qué entendemos por neurociencia aplicada a la educación?

Neurociencias es el concepto correcto, porque hoy se habla mucho de neurociencia pero no existe una ciencia del cerebro.  Existen muchas ciencias y por eso hablamos de neurociencias. Estas disciplinas son áreas de laboratorio, experimentales, que investigan en distintos ámbitos del conocimiento del cerebro. Por ejemplo, neurogenética, neurofarmacología, neurofisiología, neuroembriología; podemos hacer una suma de más de 15 ciencias dedicadas al estudio del cerebro, que son experimentales y que requieren muchos recursos. 

Pero luego tenemos personas que, teniendo una sólida formación en este ámbito, toman este conocimiento y lo llevan al terreno de la vida, es decir, lo aplican. Entonces, por ejemplo, tenemos personas neurocientíficas que trabajan en el ámbito del envejecimiento y trabajan haciendo equipo con los geriatras, en la prevención del Alzheimer. Hay otros que trabajan en el ámbito del deporte, en cómo se puede aplicar el conocimiento de las neurociencias a optimizar los rendimientos deportivos. Tenemos también todo el conocimiento aplicado al ámbito de la nutrición, que hoy tiene una importancia enorme. 

Y obviamente existen las neurociencias aplicadas a la educación, que es un área asombrosa que muestra de qué manera el conocer el cerebro del niño, el desarrollo del cerebro humano en sus primeros 20 años de vida, permite entender cómo se debería educar al niño. Hay una colega argentina que trabaja en neuroaprendizaje que dice “¿Cómo alguien podría diseñar un guante, sin conocer una mano?”, y dice “¿Cómo es posible que hayamos pasado decenas de años enseñando a los niños sin conocer su cerebro?”. Solamente a través de inferencias y muchas eran erradas. Esa es la magia. Yo diría que es maravilloso pero al mismo tiempo desconsuela un poco, porque cada día uno ve que se van implantando nuevas políticas públicas, se van teniendo nuevas ideas en educación que están completamente desvinculadas de lo que es el cerebro infantil y se cometen errores garrafales. Muchos de esos errores pueden lindar incluso con violar los derechos del niño como sujeto de derechos. 

Foto: Fundación Educacional Amanda.

¿Podrías dar un ejemplo?

Por ejemplo, tener a todos los niños de 4 y 5 años obligados a leer. Eso es una aberración y sin embargo se ha implantado porque se cree que mientras antes lee un niño, mayor cantidad de contenidos académicos va a poder aprender y por lo tanto va a tener más éxito académico, lo cual es un error. Se fuerza al niño a hacer algo para lo cual no está preparado y el niño desarrolla una conducta aversiva a la lectura. Finalmente, aprende a leer, pero ya no quiere leer más porque lo ha pasado muy mal.

Y por eso actualmente ha disminuido mucho la lectura en la población.

Es así, efectivamente. Ha caído en picada el interés de los chicos por leer. Todavía quedan algunos, que pertenecen a familias donde se lee mucho también, entonces el modelamiento de la lectura está muy vivo en esas casas pero a la gran mayoría de los niños no les interesa leer. Y por otro lado, tienen una fuente de estímulos cognitivos enorme a través de las pantallas, por lo tanto, si uno le dice a un niño, “Estás aburrido, anda a leer”, te dirán “No, pásame el celular, quiero entretenerme”. 

En esta neurociencia aplicada a la educación, donde nos hablas del desarrollo del cerebro del ser humano y de los niños, ¿De qué manera puede entrar el arte?

Es fundamental. De alguna manera, y en algún momento, va a caer esta consideración de las disciplinas artísticas en el currículo escolar como “los parientes pobres del currículo”. La educación musical, la educación de las artes plásticas, por ejemplo, siempre han sido los parientes pobres. Cuando los padres revisan la libreta de notas de los niños y ven que tienen algunas mediocres en inglés, en lenguaje, en matemáticas, dicen “Bueno y tienes un 7 en música, pero ¿de qué te sirve eso?”. Esta concepción tan errada, en algún momento va a tener que ser desterrada porque es al revés y eso tiene una explicación desde el punto de vista del conocimiento del cerebro. 

¿Por qué? 

Porque el primer módulo cerebral que se desarrolla antes de nacer es el hemisferio derecho. El cerebro se divide en dos partes. Pudiéramos decir que dos cerebros idénticos en apariencia, pero no lo son, son complementarios. El primero en desarrollarse antes de nacer es el hemisferio derecho, y este hemisferio trae una cantidad enorme de redes neuronales que constituyen módulos, una especie de unidades funcionales al servicio de las artes, de la música. Por ejemplo, ya a las 26 semanas de la concepción, el bebé por nacer ya tiene desarrollada un área musical y es fundamental para poder decodificar la prosodia de la voz de la mamá. Él va a escuchar la voz de ella y se va a enamorar. No va a entender lo que dice, pero no le importa, porque lo que necesita es la prosodia, la melodía. 

Hemisferios cerebrales.

Luego, el bebé nace e inmediatamente se instala ante sus ojos un espacio. Un espacio ordenado, lleno de estímulos. A medida que van pasando los meses, ese espacio comienza a cobrar sentido para el niño y ahí tenemos todo lo que tiene que ver con las coordenadas visuales. Una vez que cumple un año de edad, a las coordenadas visuales y espaciales se agrega todo lo que es lo manual al servicio del espacio. Manipular, transformar. Es decir, el cerebro derecho o hemisferio derecho del niño, que tiene su momento de gloria los primeros 5 años de la vida, es eminentemente un cerebro artístico y de alguna manera expresa la filogenia, expresa todo nuestro acervo cultural evolutivo que data de más de 2 millones de años atrás. 

Desde la mirada evolutiva podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es precisamente el arte o las artes las que contribuyen, junto a otros factores, a la humanización. Y todavía hoy yo diría que un papel muy importante de las artes es precisamente humanizar, tarea tremendamente importante en un mundo que estamos viviendo que va caminando a la deshumanización.

Entonces, si tuviéramos que fijar una edad para empezar a familiarizar a un niño con el arte, ¿sería en los primeros 5 años?

Apenas nace, sin duda alguna. 

Dicen que si uno acerca música al bebé cuando la mamá aún está embarazada, desarrolla una parte específica de su cerebro. ¿Eso es mito o realidad?

Sin duda. Existe una disciplina que ha sido cuestionada, pero que tiene mucho fundamento desde el modelo de neurociencias, es la musicoterapia obstétrica en que se estimula musicalmente al bebé por nacer pensando en que la educación artística ya comienza antes de nacer

Yo tengo una experiencia interesante al respecto. Durante mi embarazo, tuve la oportunidad de escuchar acá en Chile, en la Universidad Católica, una obra musical de Johann Sebastian Bach, que se llama La ofrenda musical, que rara vez se escucha, probablemente porque es muy extensa. Como a mí me gusta mucho Bach, estando embarazada en el octavo mes fui dos veces a escuchar esta obra. Después fue un hecho que olvidé. Y nació mi hijo, quien se acostumbró a escuchar música clásica desde pequeño, pero no conversábamos mucho de ello. Y en un momento, cuando tenía alrededor de 2 años y medio, va a mi dormitorio y me dice “Mamá, ven, escuchemos juntos nuestra música”, y estaban interpretando La ofrenda musical. Yo nunca le había contado esa historia, nunca le había dicho que fui a escucharla cuando lo estaba esperando. Para mí fue sobrecogedor, una instancia realmente mágica. Yo diría que el niño debe tener la experiencia del arte desde antes de nacer. Pero, ¿Cuál es la única experiencia artística que puede tener un niño desde antes de nacer? La escucha musical.

¿De qué manera podemos integrar el arte en la educación? 

No de la forma en que se ha hecho hasta ahora. La educación tradicional en Chile está muy mal diseñada porque son módulos discretos, separados uno de otro. Son 45 minutos de matemáticas, luego 45 minutos de historia, otros de artes plásticas. Cuando en realidad las artes deberían permear todo el trabajo de aula. A lo largo de todo el día debieran estar presentes las artes, y muy especialmente, el arte de la música. Tiene que involucrar toda la formación del niño. Eso es lo que hoy día se plantea, que la educación del niño debe ser integral y no parcelada, y en esta educación integral las artes deben tener un lugar muy preponderante. Debiera estar permeando todo, incluso el aula misma que debiera ser concebida bajo cánones artísticos. A mi juicio, la principal tarea, si pudiéramos asignar pragmáticamente una tarea a las artes, es humanizar al niño, abrirle los ojos a otras experiencias y elevar su conciencia. Y mientras antes comencemos eso, indudablemente que es mucho mejor.

Amanda Céspedes junto a estudiantes. Foto: Fundación Educacional Amanda.

¿Qué se necesita para poder implementar ese modelo integral?

Tenemos que iniciar los primeros pasos para un cambio radical en la educación chilena que va a tomar entre 20 y 30 años. Es decir, tenemos que proponernos un cambio radical que empiece ahora, muy gradualmente y que culmine en 30 años más. Que el 2050 tengamos un modelo educativo completamente diferente, pero hay que empezar ahora. ¿De qué manera? Hay que hacer muchos cambios que son todos en línea, no es uno primero y otro después. Tenemos que partir con la formación de docentes, el diseño de las aulas, con el número de alumnos por aula, con el currículo, hay que modificarlo por completo.

Probablemente vamos a tener que atrevernos a ir haciendo diseños diferentes de lo que es esta estratificación de las clases en el día, porque el cerebro del niño no aprende así, es totalmente antinatural. Se podría hacer, por ejemplo, toda una mañana de historia, o todo un día, o tres días de historia, y luego podrían ser tres días de ciencia y tres días de matemática. El problema que entramos ahí es por cuántas horas están contratados los profesores. Hay criterios económicos que son los que muchas veces prevalecen, pero hay que atreverse a empezar a dar pasos de modificaciones profundas, radicales.

Requerimos una formación completamente diferente del docente en las escuelas de pedagogía. Actualmente, la principal importancia que se le da en la formación del docente es instruccional, el cómo va a hacer instrucción, y no es así. El docente, y muy especialmente el docente de básica, debiera ser una persona muy bien preparada y con mucha cultura en términos de artes, como lo hace por ejemplo la pedagogía Waldorf, en que el guía Waldorf está muy bien preparado de esta manera. 

¿Crees entonces que la enseñanza Waldorf tiene cosas rescatables?

Yo voy un poco más allá. Tengo serios reparos con la educación tradicional que ocupa el 85% de la educación en Chile. Considero que los únicos dos modelos válidos de educación son la educación Waldorf y la Montessori. Lo demás, me atrevería a decir que es una gran estafa. Los chicos salen de cuarto medio con un 20% de lo que aprendieron en 12 años. Mira, qué estafa más grande, tanto tiempo invertido para aprender tan poco. Y se ha podado además lo esencial, que es la apreciación de la belleza. Esencialmente, a mi juicio, las artes están muy relacionadas con la belleza y con el sentido estético.

Actualmente, los niños están totalmente expuestos a la tecnología y más aún en la pandemia. ¿Qué consejo podrías darnos para acercarnos a ellos en estos tiempos? ¿De qué manera podríamos usar esto a nuestro favor? 

Es muy difícil, porque más que llegar a los niños de manera directa, por desgracia hay que usar un intermediario, y ese intermediario es la familia. Que la familia perciba la importancia de que sus hijos vivan experiencias de índole artística tempranamente y ojalá de manera sistemática, porque no basta con una experiencia. ¿Cómo llegar a ellos? Pienso que de manera indirecta haciendo una muy buena oferta para los niños y una muy buena difusión para que los padres se interesen. Yo creo que hay interés en los padres pero siempre se tiende a mirar el arte, y sobre todo la música, como un arte de élite, como que no está al alcance. 

Yo he tenido la oportunidad de vivir experiencias, por ejemplo, en poblaciones en que se lleva el arte allí. La gente se entusiasma mucho, se emociona, lo vive intensamente y se hace acompañar de sus hijos. Entonces a mí me parece que ese tipo de experiencias debería considerarse y tomarse en cuenta. Por desgracia el intermediario es el adulto, y lamentablemente en los últimos 30 años los adultos en Chile han sufrido una precarización de su percepción estética, un empobrecimiento paulatino. El grueso de la población está ciego y sordo a la apreciación estética que ofrecen las artes. 

Para poder tener una apreciación musical adecuada, hay que empezar con escucha musical desde muy pequeños, hay que formar el gusto del niño, formar su sensibilidad estética para que crezcan con eso y que no sea de unos pocos, sino que se masifique.

Foto: Fundación Educacional Amanda.

Como Teatro Municipal de Santiago hemos realizado algunas obras para niños en este tiempo de pandemia a través de Municipal Delivery como Ópera Calcetín o Mis primeras cuatro estaciones. Con eso, ¿estamos haciendo bien o mal? Porque al final es decirles que pasen más tiempo en pantalla.

La pantalla llegó para quedarse y por lo tanto hay que darle una utilidad adecuada. Tiene que pasar a ser nuestra amiga y no nuestra enemiga, y muy especialmente de los niños. Entonces, si es a través de la pantalla que se le va a ofrecer un producto de muy buena calidad, que lo enriquezca en lo más elevado de su conciencia, indudablemente que adelante. Hay que aprovecharlo, no se está haciendo mal. Si el niño estuvo dos horas jugando videojuegos y va a estar dos horas viendo un espectáculo hermoso, está muy bien. No importa que esté cuatro horas, lo terrible es que esté cuatro horas jugando videojuegos. Hay que aprovechar esta posibilidad porque esto llegó. De hecho, cuando empiece a pasar la pandemia el teletrabajo no va a desaparecer, vamos a seguir tras una pantalla, entonces hagamos amigable la pantalla, que lo que entre a través de ella sea muy enriquecedor.

Mencionaste que para llevar el arte a los niños es necesario llegar a sus padres. ¿Cómo llegamos a ellos? 

Tiene que ser en todos los entornos donde crece el niño. El niño crece en un ambiente y ese ambiente es geográfico, territorial, humano, barrial, familiar, escolar, todo esto tiene que estar en sintonía. No sacamos nada con hacer un cambio en el aula si no se hace un cambio en la casa, o viceversa. Por ejemplo, si en la casa solo se escucha reggaetón, ¿Qué sacamos con hacer un cambio en la escuela? Todo tiene que estar articulado, es lo que se llama una intervención multifactorial y tiene que ser simultánea.

Y si ese cambio se empezara ahora, ¿crees que en 20 o 30 años más tendríamos una mejor sociedad?

Claro que sí. Si sostenemos que el arte humaniza, vamos a estar trabajando durante 20 a 30 años para hacer un cambio radical en las mentes, para elevar las conciencias, para que los niños sean más lúcidos, y una persona más lúcida es una persona más humana. Esa es la idea. Hoy tenemos que trabajar por una mejor educación para que esta generación de niños, del 2000 en adelante, comience a tener otra mirada, y eso va a ser más o menos fácil. Lo más difícil va a ser cambiarle la mentalidad a los adultos. Cada generación que nace viene más evolucionada que la anterior y más dispuesta al cambio. Eso es lo bonito. Los niños que están naciendo hoy son niños muy diferentes a lo que éramos nosotros. En ellos es muy fácil el cambio porque pareciera que tuviesen la sabiduría indispensable para entender que esos cambios son necesarios.

Cada generación es una nueva oportunidad de hacer las cosas.

Es una nueva oportunidad y eso es lo que muchas veces quienes tienen a su cargo las políticas públicas no lo entienden. ¿Has visto de qué manera han aprendido el tema del reciclaje? Los niños tienen clara conciencia de la necesidad de reciclar y le dicen a la mamá: “Eso no se hace, no botes un tarro de atún en la basura porque eso va a dañar el planeta”. Tienen una conciencia fantástica, es fácil trabajar con los niños para hacerlos mejores que nosotros, solo que tiene que estar la voluntad del adulto y esa voluntad muchas veces no la encontramos.

¿Tú practicas algún tipo de arte?

La literatura. Me gusta mucho escribir y a pesar de que yo escribo divulgación científica, he tratado de darle belleza a todos mis libros, de perfeccionar mi literatura, Lo que yo escribo está humildemente impregnado de toda la belleza que yo pudiera buenamente dar.

Amanda en Centro Cultural Estación Mapocho, 2019. Foto: Fundación Educacional Amanda.

¿Has asistido al Teatro Municipal de Santiago?

Sin duda alguna. Yo tengo un solo hijo que tiene 37 años, es cientista político pero comenzó a tocar violín a los 8 años. Su padre era un verdadero renacentista. Comenzó a llevarlo a los conciertos en el Municipal y al teatro de la Universidad de Chile a los 2 años. Después hizo su doctorado en Italia y allá siguió haciendo crecer esta pasión. Yo lo acompañé muchísimas veces.

¿Alguna ocasión que recuerdes especialmente?

Recuerdo la venida de I Musici, el conjunto de cámara italiano, que para mí fue verdaderamente una teletransportación a las nubes. Realmente fue maravilloso y la interpretación de Vivaldi fue algo inolvidable. Era la primera vez que pisaba el Municipal. Recuerdo eso y una ópera también que me impactó mucho. Una ópera de Donizetti, El elixir de amor, también me impresionó y me gustó mucho.

El elixir de amor, Teatro Municipal de Santiago, 2002.

 


Cuestionario Desde la galería

Un recuerdo de infanciaLos paseos a la Plaza Colón con mi tío. Debo haber tenido 2 años. Eran para mí unas verdaderas aventuras. Había un enorme león de bronce en la plaza en Antofagasta que era muy difícil de trepar porque era inmenso. Volví 40 años después y me di cuenta que era pequeñísimo. En mi imaginario era un león inmenso y yo me sentía extraordinariamente poderosa trepando este león.

Mi primer amor artísticoLa música, sin duda. Una de mis tías era profesora de piano y ella tocaba mucho en casa. Después, por problemas económicos hubo que venderlo, de lo contrario probablemente yo hubiese aprendido con ella a interpretar. Recuerdo mucho las obras de Chopin. Ella era fanática de interpretar los nocturnos, entonces eso fue como mi primer amor. 

Una persona que admiroMi hijo. Para mí, mi hijo es completo y es la segunda versión de ese último hombre renacentista que fue su padre, y siento que él ha seguido esa línea. Yo lo admiro mucho.

Mi obra de cabeceraSatie. Me acompaña en muchos momentos. Cuando estoy llena de tensión, de estrés o cuando estoy contenta recurro a Satie.

Mi leitmotiv: Las piedras. Para mí son muy importantes y siempre me acompaña un jade y una obsidiana. Las tengo siempre en una bolsita y voy a todas partes con ellas. En situaciones muy difíciles en mi profesión, yo intento siempre tener una obsidiana en la mano. Y el jade para los dolores. Masajes con jade, por ejemplo, luego de que haberlo calentado previamente, puede tener tan buen efecto como tomar un ibuprofeno que es tan tóxico. Fue Rigoberta Menchú, activista indígena guatemalteca y Premio Nobel de la Paz, quien me dijo que cuando me viera en aprietos como médico y sintiera que no pudiera hacer nada por ese paciente, yo tomara una obsidiana en la mano. Seguí su consejo.

Mi escenario ideal: Algún lugar del sur, incontaminado, en un escenario natural. No en una playa sino más bien pienso en un bosque, en una montaña. De Osorno para abajo.

Un secreto de Santiago: Las callecitas de la Villa Macul. Por muchas razones, primero porque yo crecí allí, y segundo porque son un ejemplo del respeto por la dignidad de la persona de clase media. La Villa Macul tiene casas en cierto sentido sociales, que fueron construidas por la Caja de empleos particulares. Son casas grandes con dormitorios amplios, con ventanas amplias, casas sólidas. Es una muestra que esto se puede hacer. Pensando en la indignidad de las casas que se le entregan hoy en día a las personas sin recursos. Para mí la Villa Macul es un ejemplo y por eso la amo.

En mi pantalla: Hay una serie que la vería una, dos y tres veces sin cansarme, es Shtisel. Me encanta y estoy esperando la cuarta temporada. Mientras la espero no me importaría volver a ver la primera, la segunda o la tercera. Creo que es un poema y como yo soy psiquiatra, además descubro en esta serie pequeños detalles que me nutren desde esa mirada. Para mí la psiquiatría no son las enfermedades mentales, sino es introducirse en la mente humana con sus flaquezas, con sus debilidades y sus grandezas.

En mi papel: Sin duda alguna, La isla de Arturo de Elsa Morante. Italiana, la mujer de Alberto Moravia. Es un libro que no me canso de leer y releer. Yo diría que siempre lo tengo en el velador. Ya lo he leído dos veces, pero si estoy con ganas de retirarme del mundo tomo La isla de Arturo y vuelvo a leer cualquier página. Todas son de una poesía y de una belleza impresionante.

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